martes, 3 de junio de 2014

Los encantos de la impuntualidad…

En el supuesto, absolutamente consentido, de que soy impuntual sin remedio, una revista me pidió hace años que escribiera sobre los discutibles encantos de ser impuntual. Deben suponer que los disfruto… y no es así. En realidad, no creo que ser impuntual per se, tenga encanto alguno para nadie, y menos para quien espera paciente o impaciente a que llegue el incumplido, cumpla con el trabajo solicitado o pague la cuota del auto o de la refri en la fecha convenida. En realidad, el incumplimiento no tiene nada de encantador. Ni siquiera para el incumplido, que sufre de estrés, es objeto de reprimendas, se pone rojo cuando le exigen de mala manera lo que debería entregar a tiempo, en fin, sufre. Así es. Sufre. Aunque sus presuntas víctimas no lo crean.
         Pero es que los encantos del incumplimiento no se ubican en el incumplimiento mismo sino en las causas. En las motivaciones. En aquello que nos hace ser incumplidos y que, eso sí, tiene encantos de ninguna manera apreciables por aquellos esclavos del reloj que llegan exactamente cuando suena la hora de la cita o del compromiso. Ni siquiera se permiten llegar antes porque una regla de oro de la puntualidad es que llegar un cuarto de hora antes no solamente no es ser puntual sino que significa ser molesto. Es muy posible que el gerente que aprobaría el préstamo aún tenga la secretaria tomando… dictado, y el inoportuno visitante lo único que logra llegando antes es que le nieguen el crédito. 
         Las motivaciones o causas de incumplimiento son varias y todas sápidas y apetecibles. Y disfrutables. Aceptar una cita de negocios a las 8:00 horas cuando no hay nada mejor que despertarse a las siete… y seguir durmiendo hasta las ocho y media, no tiene perdón. En eso concuerdo con un amigo cuando dice que las que deben madrugar son las gallinas a poner temprano los huevos del desayuno. Él se los come a las nueve. Otra razón para llegar tarde a la cita de las 15:00 es un almuerzo conversado con un amigo o uno prepolvo con una amiga. ¿Quién quiere dejar de chismear después de almuerzo al calor de un brandy de solera para ir a cumplirle una cita al dentista? ¿Y suspender la conquista después del brandy para llegar a tiempo donde el sastre que le hará un aburrido e incómodo smoking, o donde el médico que le dirá que se cuide la próstata? Ni burro que fuera uno. O una…
 ¿A quien debidamente dotado de neuronas lúdicas se le ocurriría levantarse a las seis de la mañana para atender una entrevista en una radio a las siete, sólo para hablar de política o de economía? Eso no solo es falta de consideración por parte de los periodistas de radio y televisión sino que es síntoma de “necesidades publicitarias” del entrevistado. Mejor seguir anónimos pero disfrutando de la vida a plenitud. O sea, no levantándose antes de las ocho por el simple hecho de que ninguna actividad humana decente empieza antes de las 9:00.

         Sí, el cumplimiento, la exactitud y todas esas obligaciones que imponen la economía de mercado y las leyes de la oferta y la demanda, pueden ser muy productivas. Hay quienes cierran negocios super exitosos a las ocho de la mañana con el simple expediente de hacerlos con alguien que no madruga: lo cogen desprevenido y con las pestañas en pijama. Por eso no hay que olvidar la vieja sabiduría de los refranes. Por ejemplo, “No va lejos el que madruga sino aquél a quien Dios le ayuda”. O este otro: “No por mucho madrugar, amanece más temprano”. O este que es de mi cosecha y que pienso patentar, si es que llego a tiempo a la oficina de propiedad intelectual: ¿Porqué dejar para mañana lo que podemos hacer… pasado mañana?

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