En el supuesto,
absolutamente consentido, de que soy impuntual sin remedio, una revista me pidió
hace años que escribiera sobre los discutibles encantos de ser impuntual. Deben
suponer que los disfruto… y no es así. En realidad, no creo que ser impuntual per se, tenga encanto alguno para nadie,
y menos para quien espera paciente o impaciente a que llegue el incumplido,
cumpla con el trabajo solicitado o pague la cuota del auto o de la refri en la
fecha convenida. En realidad, el incumplimiento no tiene nada de encantador. Ni
siquiera para el incumplido, que sufre de estrés, es objeto de reprimendas, se
pone rojo cuando le exigen de mala manera lo que debería entregar a tiempo, en
fin, sufre. Así es. Sufre. Aunque sus presuntas víctimas no lo crean.
Pero es que los encantos del incumplimiento no se ubican en
el incumplimiento mismo sino en las causas. En las motivaciones. En aquello que
nos hace ser incumplidos y que, eso sí, tiene encantos de ninguna manera
apreciables por aquellos esclavos del reloj que llegan exactamente cuando suena
la hora de la cita o del compromiso. Ni siquiera se permiten llegar antes
porque una regla de oro de la puntualidad es que llegar un cuarto de hora antes
no solamente no es ser puntual sino que significa ser molesto. Es muy posible
que el gerente que aprobaría el préstamo aún tenga la secretaria tomando…
dictado, y el inoportuno visitante lo único que logra llegando antes es que le
nieguen el crédito.
Las motivaciones o causas de incumplimiento son varias y
todas sápidas y apetecibles. Y disfrutables. Aceptar una cita de negocios a las
8:00 horas cuando no hay nada mejor que despertarse a las siete… y seguir
durmiendo hasta las ocho y media, no tiene perdón. En eso concuerdo con un
amigo cuando dice que las que deben madrugar son las gallinas a poner temprano
los huevos del desayuno. Él se los come a las nueve. Otra razón para llegar
tarde a la cita de las 15:00 es un almuerzo conversado con un amigo o uno
prepolvo con una amiga. ¿Quién quiere dejar de chismear después de almuerzo al
calor de un brandy de solera para ir a cumplirle una cita al dentista? ¿Y
suspender la conquista después del brandy para llegar a tiempo donde el sastre
que le hará un aburrido e incómodo smoking, o donde el médico que le dirá que
se cuide la próstata? Ni burro que fuera uno. O una…
¿A quien debidamente dotado de neuronas
lúdicas se le ocurriría levantarse a las seis de la mañana para atender una
entrevista en una radio a las siete, sólo para hablar de política o de
economía? Eso no solo es falta de consideración por parte de los periodistas de
radio y televisión sino que es síntoma de “necesidades publicitarias” del
entrevistado. Mejor seguir anónimos pero disfrutando de la vida a plenitud. O
sea, no levantándose antes de las ocho por el simple hecho de que ninguna
actividad humana decente empieza antes de las 9:00.
Sí, el cumplimiento, la exactitud y todas esas obligaciones
que imponen la economía de mercado y las leyes de la oferta y la demanda,
pueden ser muy productivas. Hay quienes cierran negocios super exitosos a las
ocho de la mañana con el simple expediente de hacerlos con alguien que no
madruga: lo cogen desprevenido y con las pestañas en pijama. Por eso no hay que
olvidar la vieja sabiduría de los refranes. Por ejemplo, “No va lejos el que
madruga sino aquél a quien Dios le ayuda”. O este otro: “No por mucho madrugar,
amanece más temprano”. O este que es de mi cosecha y que pienso patentar, si es
que llego a tiempo a la oficina de propiedad intelectual: ¿Porqué dejar para
mañana lo que podemos hacer… pasado mañana?
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