miércoles, 4 de junio de 2014

Lecturas precoces…

 Esto de desempacar, al fin, los libros y acomodarlos en los estantes que ya desesperaban, me ha traído sorpresas. Como siempre que me ocupo de este trajín, recurrente en mi vida un tanto nómada… pero sin salir de Quito.
Mientras bajaba los Diálogos de Platón, me llamó la atención un librito algo desvencijado, con el lomo, que debió ser rojo, ya deslucido y de un rosa pálido tirando a beige claro, y un par de palabras bajo un nombre casi ilegible: era El Diablo, de Giovanni Papini. Lo tomé –no del todo incongruente, descansaba a media altura al lado de uno color azul, viejo y desvaído también: La Dolce Vita, de Lo Duca, el guión del filme homónimo de Fellini. Lo hojié (disculpen que sea coloquial pero hablo conmigo mismo: no voy a decirme lo hojeé), y me detuve en la fecha de edición y en la Editorial: Emecé Editores, Buenos, Aires, 1954, y en el precio que aún aparece arriba, en borroso trazo a lápiz: 5.oo (pesos colombianos de la época, que si no recuerdo mal equivalían a us$2,oo). Esto en la falsa caratulilla, página derecha. Después de la primera caratulilla y sin numeración de página: ADVERTENCIA DE LA EDITORIAL. Así, en altas. 
Emecé, responsablemente, anunciaba la edición en español de una obra que hacía poco circulara en Italia con el nombre, obvio, de Il Diabolo… Pero advertía a los lectores argentinos y latinoamericanos que, ante el revuelo que había suscitado en la católica Italia y que, seguramente, se repetiría en la patria adoptiva de los migrantes peninsulares, la Editorial –copio porque no tiene desperdicio esta ADVERTENCIA–: «… desea, por razones obvias, mantenerse ajena a toda discusión o controversia. Se limita a transcribir los párrafos siguientes del artículo aparecido con el título “Una condena superflua”, en el num. 119 de L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua castellana, que dice así:
"Sabido es que, conforme al can. 1993, un libro lleno de errores explícitos, es más, descarados y clamorosos, como éste de Papini, es ipso iure prohibitus. El magisterio de la Iglesia interviene solamente en el caso de engaños muy graves, que van contra la buena fe de los fieles; en el caso de los libros que tienen una importancia doctrinal. El magisterio de la Iglesia, aun siendo cosa más bien sencilla, es, sin embargo, una cosa seria. No se comprende qué debía hacer la Iglesia con semejante libro entre las manos. Es de lamentar que al viejo escritor toscano le haya ocurrido aventura semejante, pero en todo caso es en daño, a lo más, de su catolicismo, no del catolicismo".».
Como ven, el asunto es serio aunque no sea serio para decirlo con el autor del artículo del Osservatore. Tan serio que el autor vivía –aunque lo trata de viejo, así como al desgaire– y, católico como era, se atrevió a escribir un libro que compré por cinco pesos en 1955, a los 13 años…  ¡Válgame dios! Ahora entiendo que haya terminado abruptamente mi corto período de monaguillo, y que a los 16, tras indigestarme filosóficamente con el Zarathustra de Nietzsche, haya iniciado una temprana carrera de ateo que todavía no termina… 
El librito, algo desvencijado como ya dije, tiene 312 páginas en papel tosco, amarillento, y exhibe unos bordes sin refile que denuncian el desprolijo corte de los pliegos con la tijera de la abuela, si es que no fue con un cuchillo de la cocina. Recuerdo que ella me miró cuando lo cortaba y, al ver el título, una sonrisa maliciosa le atravesó la cara: “Que no lo vea tu madre”, me dijo con susurro cómplice. Creo que lo voy a releer… He olvidado casi todo el argumento. Sólo recuerdo que Papini, católico como dije que era, decidió que el Diablo debería tener perdón, lo perdonó, y se parrandeó con ello el edificio de terror que la Santa Madre había construido a lo largo de 1954 años…
Con razón casi lo excomulgan… ¡Este Papini! Hay que releerlo… 

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