CRÓNICAS EFÍMERAS
El “Detalle” fue hace cien años
Por Hannibal Lecter
¡Ahí está el detalle señor juez!, que no es ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario.
Cantinflas.
Ahí está el detalle (1940).
Introducción pueblerina
Lo que me asombró de Cantinflas cuando tenía, hace mucho, diez años, y lo vi por primera vez en el filme A volar joven en la pantalla del viejo Teatro del pueblo que alegró mi niñez, era que no se le caían los calzones. También recuerdo que, al salir, me dolía la barriga. No lo había sentido porque estuve durante hora y media muy ocupado construyendo el dolor a fuerza de reír, y sin darme cuenta. Pero al salir me dolía. Así que fui a la tienda, compré una Kolcana que me costó diez centavos (antes de que al pueblo llegara, invasora e imparable, Coca Cola), me la tomé, me fui a jugar trompo… y se me quitó el dolor. Pero me seguía preguntando: ¿Por qué no se le caen los calzones?
Como las películas se presentaban un día y desaparecían hacia otro pueblo, tuve que esperar hasta las vacaciones, cinco eternos meses, para averiguarlo. La siguiente fue Si yo fuera diputado, o tal vez Ahí está el detalle. En todo caso, observé que Cantinflas sostenía los calzones con una cuerda de esparto casi invisible. Me desilusioné un poco porque yo quería creer que era parte de la magia del cine, que por lo demás (para mí no existían los trucos cinematográficos) era como la vida real: si sus palabras se sostenían a pesar del desparrame incomprensible, ¿por qué no iban a sostenerse sus calzones? En fin. Me resigné. Con cuerda o sin cuerda esos calzones a media nalga se bamboleaban como sus caderas (no decíamos caderas sino culo, y perdonen) al caminar a lo Cantinflas, y era divertido. (Hoy, cuando miro a los adolescentes con los calzones caídos, ya no me da risa sino pena: se ven copiones y ridículos).
Algunos años después, cuando el cine ya no fue entretenimiento sino afición, entendí que Cantinflas, Don Mario Moreno, era mucho más que un calzonetas de verborrea incomprensible pero, incomprensiblemente, graciosa… e intencionada. Y es de eso de lo que trata esta crónica por los cien años de su nacimiento.
Vidas paralelas… o casi
Del Charlot mexicano, Frontino Mario Alfonso Moreno Reyes, “Cantinflas”, dijo alguna vez el gran Charles Chaplin que era “el mejor cómico del mundo”. Ditirambo o reconocimiento del genial artista hacia su par latinoamericano, es irrelevante. Cantinflas es, sin duda, el mayor cómico del cine de este lado del Atlántico. Al menos del que se filma en español, y mientras no aparezca otro que lo iguale o lo supere. Y si en rigor cinematográfico no iguala a Charles Chaplin, a quien Borges llamara el “genio mayor del cinematógrafo” (aunque, como actor, prefería a Buster Keaton), Cantinflas no le va, actoralmente, a la zaga. Ambos crearon personajes inolvidables y eternos en la pantalla grande, que reproducen cual arquetipos al común de los mortales. En el lenguaje del cine, Carlitos y Cantinflas bien pueden ser, a la vez, el equivalente de don Quijote y Sancho en la Literatura: a los cuatro les importaba la gente, la humanidad; y por ella corrían unos sus aventuras por los campos de Montiel, y otros las suyas por los caminos del celuloide.
El paralelo entre los dos artistas excede el calendario. Charles Chaplin, nacido el 16 de abril de 1899, es anterior en 22 años a Mario Moreno, quien tuvo el “detalle” de nacer el 12 de agosto de 1911, hace un siglo. A partir de allí, la vida de los dos artistas y el metódico azar, establecen las semejanzas que la historia registra. Ambos procedían de hogares humildes: Chaplin, de padres ligados al teatro y a la actuación, aunque el padre, alcohólico, murió de cirrosis cuando Carlitos tenía doce años, y ya los había abandonado cuando apenas contaba con tres; la madre tuvo que ejercer de costurera en las temporadas difíciles, y Chaplin debió residir en hospicios durante las crisis de su madre en sanatorios para enfermos mentales. Cantinflas, hijo del cartero Pedro Moreno Esquivel y de Soledad Reyes, ama de casa y madre de 12 hijos, cuatro de los cuales murieron al nacer, tuvo mejor suerte familiar pero creció también en medio de la pobreza y de la lucha por la vida en el barrio bravo de Tepito, en la ciudad de México.
Ambos comediantes tuvieron que ejercer otros oficios para sobrevivir: Chaplin como bailarín y cantante en cafeterías de mala muerte y en Music Halls de los suburbios londinenses; Mario Moreno como boxeador efímero (hizo una pelea y lo noquearon en el primer asalto), zapatero, limpiabotas, cartero, taxista, torero y cómico de carpas ambulantes, hasta falsificó la edad para entrar al Ejército a los 16 años aduciendo 21, pero de allí lo sacó el padre comprobando su verdadera edad.
Ambos ligados al circo, produjeron un filme sobre su experiencia bajo las carpas, El Circo: el de Chaplin en 1928, el de Cantinflas en 1942 como un homenaje al genial inglés. Ambos crearon personajes inolvidables, Charlot y Cantinflas, y ambos los dejaron atrás cuando consideraron que ya no sintonizaban con la nueva realidad del cine ni del mundo. Sin embargo, la historia los recuerda, justamente, por sus arquetipos. Los dos fundaron su propia productora cinematográfica y trabajaron, Cantinflas unas pocas veces por la barrera del idioma, Chaplin algunas más, aunque de allí lo arrancó la intolerancia política del Macartismo, en el cine de Hollywood. Ambos, en fin, productores directores, guionistas, actores y escritores, coparon todos los espacios del arte cinematográfico, excepto, quizás, el de camarógrafos.
También la filmografía de los dos artistas tiene semejanzas: críticos de la realidad política del momento, Chaplin ironizó acerca de Hitler, Franco y Mussolini (El Gran Dictador) y denunció las pésimas condiciones de trabajo de los obreros (Tiempos Modernos), los excesos del capitalismo (Monsieur Verdoux), y el macartismo y la persecución política de los que fue víctima (Un Rey en Nueva York); Cantinflas encarnó con ironía y sarcasmo a políticos, embajadores y mandatarios, y criticó el poder de gobernantes, policías, curas, maestros y funcionarios públicos de poco edificante proceder. Ambos, en fin, solidarios con su clase social, con sus semejantes, aunque ambos también, a partir de su trabajo cinematográfico, accedieran pronto a la fortuna y al reconocimiento social y artístico.
Sin embargo, también las diferencias son notables: la mayor parte de los filmes de Chaplin pertenece a la época del cine mudo, mientras Cantinflas empieza a filmar en 1936, ya en los tiempos del cine parlante. Charlot, hijo del soberbio imperio inglés, nunca renunció ni en vestimenta ni en actitudes, a pesar de la pobreza de sus orígenes, a la actitud de orgulloso súbdito de Su Majestad. Pobre pero elegante en su indumentaria holgada y sus grandes zapatos, no eludía el bastón y el sombrero bombín, y mantuvo siempre esa presencia algo desdeñosa con el mundo, pero dolida con sus semejantes marginados, a los que hacía objeto en su filmografía de sus preocupaciones sociales y su solidaridad. Con picardía pero con honestidad, aunque suene contradictorio.
Cantinflas tipificó al desarrapado “Peladito” mexicano que se las arregla para sobrevivir con siete oficios y catorce necesidades, como suele decirse por estos pagos andinos. Su indumentaria raída y descuidada consistía en camiseta descuajaringada, pantalón bombacho atado con un cordel y caído a media cadera preludiando la “moda” actual de los adolescentes, zapatos desgastados y sombrero arrugado: la faz misma del pobre de los barrios pobres de la ciudad de México. Astuto y pícaro también, pero igualmente honesto. Sobreviviente sin abusos ni concesiones al delito o al deshonor.
También la vida sentimental de ambos difiere: Chaplin se casó cuatro veces, tuvo 3 hijos y se le atribuyen relaciones con algunas de las actrices más reconocidas de Hollywood. Cantinflas tuvo sólo un matrimonio de 32 años con la actriz rusa Valentina Ivanova, y no tuvieron hijos propios aunque adoptaron uno, Mario Arturo Moreno Ivanova. Comienzos cinematográficos De las carpas circenses y de los “humildes menesteres y los bajos oficios” que hubo de ejercer para sobrevivir, Mario Moreno inicia su carrera de cómico circense en un medio que contaba con humoristas de postín como Adalberto Martínez, Resortes, bailarín y guarachero inimitable; Tintan y su carnal Marcelo; Antonio Espino, Clavillazo; y la flaca Vitola que me recordaba a Rosario, la novia de Popeye.
Asegura Carlos Monsiváis –el desaparecido cronista mexicano a quien uno de nuestros cultísimos reporteros de teve presentara hace algunos años como “un señor que hace ensayos”– que en una función de la carpa Ofelia, Moreno olvidó el parlamento y tuvo que improvisar. Lo que le salió fue una jerigonza que el público, poco paciente con los actores, recibió con el cáustico grito “¡Cuánto inflas!”, sugiriendo que estaba bebido. El incipiente artista unió los vocablos, y decidió llamarse Cantinflas. La posteridad inmortalizaría el apodo.
En 1934 y actuando en la carpa Valentina, Moreno conoce a la hija del propietario, Valentina Ivanova, con quien se casa y a cuyo lado permanece hasta la muerte de ella en 1966. No volvió a casarse. Más bien, ahí empieza su declive como artista y se refugia en la soledad y en su carácter un tanto huraño, tan contradictorio con su personaje. Los productores mexicanos de los años treintas, se dieron cuenta de que el cómico tenía madera y lo contrataron para varios largometrajes, el primero de los cuales, No te engañes corazón, dirigida por Miguel Contreras en 1936, pasó sin pena ni gloria pero puso en escena a Cantinflas en su primer papel. A este siguieron algunos cortometrajes y tres filmes más al lado del cómico Manuel Medel. Y en 1940, bajo la dirección de Juan Bustillo Oro, filma Ahí está el detalle, película en cuyo parlamento final, enredado e ilógico, Cantinflas hace que el juez de la causa que se ventila injustamente en su contra, cambie de opinión y dé un veredicto de inocencia. Mario Moreno ya es Cantinflas y el cine mexicano consolida a uno de sus máximos artistas y al primer actor cómico del continente.
El éxito de este filme le permite, en sociedad con el director ruso Jacques Gelman, crear la productora Posa Films, que intenta introducirse en el mercado de Hollywood con tres filmes de 1937: ¡Así es mi tierra! (That's How My Land Is!) y Águila o sol (Eagle or Sun), y El signo de la muerte (The Sign of Death), de 1939. También intentan algunos cortometrajes: Cantinflas y su prima (Cantinflas and his Cousin), Cantinflas boxeador (Cantinflas the Boxer), y Cantinflas ruletero (Cantinflas the Cabdriver), pero se interpone la barrera de idioma. El parlamento cantinflesco tiene gracia en español pero es imposible en inglés, de modo que el púbico estadounidense no lo digiere. En 1941 y ya bajo la dirección de Miguel M. Delgado, quien lo acompañaría en casi todos sus siguientes filmes, Cantinflas filma Ni sangre ni arena, parodia de una obra de Vicente Blasco Ibáñez que había sido llevada al cine un año antes en Hollywood con la actuación de Tyrone Power, Rita Hayworth y Linda Darnell, con señalado éxito tanto en los EE UU como en Latinoamérica. Esta película y El gendarme desconocido, consolidan a Cantinflas como actor y le permiten a Mario Moreno darle un impulso a Posa Films, la productora de sus siguientes casi cincuenta películas.
El arte mexicano también se hace eco del talento y del humanismo crítico del actor, y Diego Rivera, el conocido muralista esposo de Frida Khalo, pinta un mural en homenaje a México en el que aparecían, entre otros personajes, Cantinflas y la Virgen de Guadalupe. La intolerancia de los sectores más conservadores y el repudio de la Iglesia Católica que consideró la presencia de Cantinflas al lado de la imagen de la Virgen como “una blasfemia”, hicieron que Rivera volviera a pintar el mural… sin la Virgen.
Cimentada su fama entre el público latinoamericano, Cantinflas regresa a Hollywood invitado como actor coestelar al lado de David Niven en La vuelta al mundo en ochenta días (1956). El filme obtiene ese año el Óscar a la mejor película y Cantinflas un Globo de Oro por su actuación, y el derecho a dejar su huella en el famoso Paseo de la fama, en Los Ángeles. El éxito de este filme lo motiva a intentar de nuevo el mercado norteamericano con Pepe, en 1960, filme que incorpora en pequeños papeles a varias de las estrellas más famosas de Holywood como Frank Sinatra, Judy Garland, Bing Crosby, Dean Martin y otros, pero la película fue de nuevo un fracaso que ni la presencia de los mimados de Hollywood logró salvar. El particular humor de Cantinflas no era traducible ni estaba al alcance del público norteamericano.
No obstante, su éxito en Latinoamérica era un hecho y entre 1957 con El bolero de Raquel y 1981 con El barrendero, su último filme para la pantalla grande, filma 20 películas más, 17 de ellas en color. Pero para esta etapa ya el desarrapado Cantinflas había cumplido su ciclo y el nuevo Mario Moreno ya no era el “Peladito” mexicano del barrio bravo de Tepito, sino un atildado funcionario con serias preocupaciones sociales, crítico de gobiernos y del sistema, solidario con los pobres entre los cuales había nacido y se había criado. Pero Cantinflas seguía vivito y coleando en el enredado y cómico lenguaje que iniciara por un olvido momentáneo en 1936, y que lo inmortalizaría para los públicos y para la historia del cine.
La nueva imagen del actor tardó en ser aceptada, sobre todo fuera de México. Pero al final don Mario Moreno acabó por conquistar de nuevo los públicos latinoamericanos con su caracterización de ser humano bondadoso, firme en sus convicciones, solidario con los desposeídos, y acérrimo crítico de la corrupción que por esas épocas campeaba en México bajo la batuta del PRI, época que se llamó del “Charrismo sindical”. Sin embargo, como la crítica es a menudo intolerante, su nuevo modo de hacer cine fue tachado de demagógico y postizo. Su mecenazgo con artistas marginales y su Fundación de ayuda a los pobres, parecen desmentir a sus críticos gratuitos.
Y el 20 de abril de 1993, víctima de un cáncer de pulmón propiciado por su sempiterno apego al cigarrillo, falleció Mario Moreno Reyes en ciudad de México, a los 81 años. Empero, Cantinflas sigue vivo en el recuerdo de los cineastas y en sus más de 50 películas. Sus admiradores en la pantalla y en la vida real, brindamos por su centenario con una de sus respuestas memorables en un filme que ya no recuerdo: – “Cómo quiere su café señor, con coñac o sin coñac?”. – “Sin café, señorita…”.