ENTRELÍNEAS
Por Omar Ospina García
Del sexo y la palabra
Son dos de los derechos humanos fundamentales.
Biológicos ambos pues que son parte de la estructura física y mental, hormonal
y neuronal de la especie: el derecho a expresarse y el derecho al placer. Pero
a menudo ambos objeto de interdicción y anatema. El primero, por gobiernos que lo
ven como un peligro para la ejecución de sus políticas; el segundo, por normas
morales e interdicciones religiosas que tienen al sexo como riesgo sustitutivo
de la felicidad eterna “más allá de la muerte”. Sin embargo, tales derechos tienen
límites legales y éticos: llegan hasta cuando deriven en injuria o calumnia, el
primero, o hasta donde se atraviesa el NO del otro o de la otra. O su dignidad
como personas.
Lo anterior en vista de la multa al
diario El Extra –amarillista no tanto por su página porno cuanto por su
tratamiento del crimen y la muerte–, a causa de una foto menos escandalosa que
burda en su página Lunes Sexi. Página que exhibe fotos de damas ligeras de
ropas y en actitudes provocativas que inducen más a la procacidad que a la
admiración, y que jamás se arriesga a la honestidad del desnudo. Con textos más
cercanos al piropo de albañil que al elogio de la belleza. Es decir, fotos y
textos que bordean, con algo de ropas y sinónimos “correctos”, la pornografía
que degrada, pero eluden con hipocresía el homenaje a la belleza que implica el
desnudo del cuerpo femenino o masculino, al que menos aún se atreven vaya a ser
que los cataloguen de gays.
No concuerdo con la medida moralista,
censurable por censuradora. El Extra es un negocio, y tiene legítimo derecho al
aprovechamiento de la demanda de mal gusto y ordinariez que se deriva de la
falta de educación. Tanto como lo tiene otra revista local, que también circula
con todo derecho a satisfacer otra demanda semejante, pero dentro de los
parámetros que ella misma y sus editores se han impuesto: elegancia y buen
gusto. Incluso la revista es bastante más audaz en el desnudo, pero siempre
bajo los dictados de un prolijo trabajo de producción fotográfica y textual que
no acude al morbo sino al erotismo. Que, en palabras de Octavio Paz, es la
sublimación del sexo, su más alta elaboración.
Y no concuerdo porque el Estado no tiene
derecho a imponer a la ciudadanía comportamientos virtuosos. El trabajo punitivo
del Estado se limita a la interdicción del crimen y el delito, no a la
prohibición de costumbres, aficiones o gustos privativos de las personas, con
las limitaciones éticas –no legales– expresadas arriba sobre el derecho ajeno.
Prohibir que se ingiera licor los domingos, por ejemplo, es tan torpe e
irrespetuoso como impedir a un medio que ponga en sus páginas un desnudo o una
escena sensual. Este tipo de acciones nace del acatamiento de ciertos
funcionarios, moralistas a ultranza, a disposiciones religiosas que tienen que
ver más con la fe de los creyentes que con la manera de ser del individuo como
ser pensante, libre y autónomo.
Coletilla: Sería bueno políticamente que los edificios del gobierno
estén algo separados de los edificios del culto. Al menos en barrios distintos…
¿Qué tal todo el alto gobierno: Congreso, Corte Suprema de Justicia,
Presidencia, Prefecturas y Alcaldías, hablando de Quito, en el extremo norte
del viejo Aeropuerto, con una buena explanada para manifestaciones a favor y en
contra, y sin la vecindad de iglesias, sinagogas, mezquitas o templos Baja’is?
Tal vez así se legisle o se decrete con sindéresis política y no con fervor ni
temor religiosos.
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