domingo, 6 de abril de 2014

Del sexo y la palabra

ENTRELÍNEAS
Por Omar Ospina García

Del sexo y la palabra
         Son dos de los derechos humanos fundamentales. Biológicos ambos pues que son parte de la estructura física y mental, hormonal y neuronal de la especie: el derecho a expresarse y el derecho al placer. Pero a menudo ambos objeto de interdicción y anatema. El primero, por gobiernos que lo ven como un peligro para la ejecución de sus políticas; el segundo, por normas morales e interdicciones religiosas que tienen al sexo como riesgo sustitutivo de la felicidad eterna “más allá de la muerte”. Sin embargo, tales derechos tienen límites legales y éticos: llegan hasta cuando deriven en injuria o calumnia, el primero, o hasta donde se atraviesa el NO del otro o de la otra. O su dignidad como personas.
         Lo anterior en vista de la multa al diario El Extra –amarillista no tanto por su página porno cuanto por su tratamiento del crimen y la muerte–, a causa de una foto menos escandalosa que burda en su página Lunes Sexi. Página que exhibe fotos de damas ligeras de ropas y en actitudes provocativas que inducen más a la procacidad que a la admiración, y que jamás se arriesga a la honestidad del desnudo. Con textos más cercanos al piropo de albañil que al elogio de la belleza. Es decir, fotos y textos que bordean, con algo de ropas y sinónimos “correctos”, la pornografía que degrada, pero eluden con hipocresía el homenaje a la belleza que implica el desnudo del cuerpo femenino o masculino, al que menos aún se atreven vaya a ser que los cataloguen de gays.
         No concuerdo con la medida moralista, censurable por censuradora. El Extra es un negocio, y tiene legítimo derecho al aprovechamiento de la demanda de mal gusto y ordinariez que se deriva de la falta de educación. Tanto como lo tiene otra revista local, que también circula con todo derecho a satisfacer otra demanda semejante, pero dentro de los parámetros que ella misma y sus editores se han impuesto: elegancia y buen gusto. Incluso la revista es bastante más audaz en el desnudo, pero siempre bajo los dictados de un prolijo trabajo de producción fotográfica y textual que no acude al morbo sino al erotismo. Que, en palabras de Octavio Paz, es la sublimación del sexo, su más alta elaboración.
         Y no concuerdo porque el Estado no tiene derecho a imponer a la ciudadanía comportamientos virtuosos. El trabajo punitivo del Estado se limita a la interdicción del crimen y el delito, no a la prohibición de costumbres, aficiones o gustos privativos de las personas, con las limitaciones éticas –no legales– expresadas arriba sobre el derecho ajeno. Prohibir que se ingiera licor los domingos, por ejemplo, es tan torpe e irrespetuoso como impedir a un medio que ponga en sus páginas un desnudo o una escena sensual. Este tipo de acciones nace del acatamiento de ciertos funcionarios, moralistas a ultranza, a disposiciones religiosas que tienen que ver más con la fe de los creyentes que con la manera de ser del individuo como ser pensante, libre y autónomo.

Coletilla: Sería bueno políticamente que los edificios del gobierno estén algo separados de los edificios del culto. Al menos en barrios distintos… ¿Qué tal todo el alto gobierno: Congreso, Corte Suprema de Justicia, Presidencia, Prefecturas y Alcaldías, hablando de Quito, en el extremo norte del viejo Aeropuerto, con una buena explanada para manifestaciones a favor y en contra, y sin la vecindad de iglesias, sinagogas, mezquitas o templos Baja’is? Tal vez así se legisle o se decrete con sindéresis política y no con fervor ni temor religiosos.

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