ENTRELÍNEAS
Por Omar Ospina García
Facebook, twitter…
Quizá no haya en la historia de la
humanidad ciencias más dinámicas, más innovadoras que las ciencias de la
comunicación, sobre todo en los últimos siglos a partir de la invención de la
imprenta moderna de tipos móviles en 1440 por don Juan de Gutemberg. Quien dio
a la cultura occidental una nueva y eficiente manera de comunicar el
pensamiento, cosa que ya habían hecho los chinos en el siglo XI y los coreanos
en el XII, aunque sin mucho uso práctico tal vez por la dificultad que encierra
el uso de la multiplicad de caracteres que lo ideogramas chinos requieren para
su comprensión.
A partir de entonces, las
comunicaciones parecieron estancarse hasta el Siglo XVIII, cuando la irrupción
del telégrafo de Jean Antoine Nollet en 1746 y sus posteriores avances, la
creación del Código Morse, la invención del teléfono en 1857 por Antonio
Meucci, invento patentado o sea usufructuado por Alexander Graham Bell desde
1876, empezaron un proceso de desarrollo tecnológico que incluyó el fax o sea
la trasmisión de signos y gráficos.
La radio en los años 30 del siglo XX, le dio a la comunicación de
ideas, proclamas, filosofías y propaganda una difusión que ya tenía visos de
masiva. Y que fue utilizada sin muchos reparos éticos por el fascismo, el
comunismo y, por cierto, la Democracia al uso occidental, algo más sutil pero
igualmente perniciosa y manipuladora en el uso del mensaje. Luego vendría la
televisión en su formato electrónico, mas eficiente que el mecánico inducido
por el disco de Nipkow en 1910, que adolecía de serias limitaciones de
trasmisión y reproducción. La modalidad electrónica dio lugar a las primeras
trasmisiones públicas por la BBC de Londres, en 1927, y las cadenas CBS y NBC
en los EE UU en 1930.
Pero, sin duda, el mayor salto
tecnológico y desde luego de utilización practica individual, social y
política, vino con la Red Internet, en cuyas posibilidades de comunicación
podían ya abarcar el planeta entero, desde sus orígenes en 1969 con la conexión
Arpanet entre computadoras. Poco después salta al Cyberespacio el jovenzuelo
Marck Zuckelberg con su red Facebook, esa sí de comunicación inmediata y
simultánea entre emisores-receptores ubicados en distintos y extremos lugares
del planeta. Y que de alguna manera es el nuevo gadgjet o artilugio tecnológico
que tiene a medio mundo pegado a la pantalla del computador, la Tablet o el
Smartphone, casi 24 horas al día. Es la nueva manera de encadenar a un vasto
conglomerado de usuarios en todos los idiomas, digamos, cultos, a las ubicuas
Oficinas del Gran Hermano.
Con tales posibilidades comunicacionales
y de información parecería que Facebook es una ventana al debate, al cruce de
ideas, a la confrontación del pensamiento, es decir, a una mejor comprensión de
los hechos y de las conductas humanas, lo que debería llevar a la humanidad a
un mayor –y mejor– grado de civilización y entendimiento. Pero no ha sido
así, de lo que se observa a diario en el cruce palabras, frases, ideas y conceptos
entre internautas. El Facebook, en lugar de una plataforma de entendimiento es
una brillante superficie en la que se refleja el ego aumentado de cada
internauta, que en su gran mayoría pretenden, a cuenta de la enorme facilidad
de intercambio de ideas, imponer las suyas a los demás sin beneficio de
inventario por parte del receptor.
Si observan con atención los “debates” en la Red Facebook, se darán
cuenta de que casi nadie lee y menos trata de entender el aporte de los demás
al tema que se discute, cualquiera que sea. Cada quien ignora lo que el otro
pretende decir, asume sin analizar que el otro está equivocado, y procede a
descalificar, injuriar, insultar o, en el mejor de los casos, a enrostrarle a
su contraparte el tamaño de su equivocación porque, no faltaba más, la razón
esta siempre del lado de acá, de emisor de criterios, consignas, juicios y
dictámenes sin apelación posible. Es una especie de Sala de Espejos en donde
cada quien ve reflejado su yo, magnificado, excluyente, incontrovertible.
Coletilla: El Facebook está demostrando que la intolerancia y la falta
de empatía, incomunican a pesar de su facilidad de comunicar. Y que hay dos
clases de debate inútil: el que se produce entre quienes están de acuerdo en
todo, y el que se produce entre quienes, cada quien por su lado, está
convencido de ser el dueño de la verdad y que el resto del mundo está errado.
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