Una película
hermosa
El filme La vida de Adèle, del
cineasta tunecino Abdellatif Kechiche (La
culpa la tiene Voltaire, 2000; La
escurridiza, 2003, Cuscús o La graine
et le mulet, 2007), tiene varias lecturas para el cinéfilo y para el
espectador corriente. Para el moralista que ve las “otras” opciones sexuales como
aberraciones o “enfermedades” que se deben curar con terapias de choque, la
película es simplemente una “sucia película de tortilleras”. Para el morboso
aficionado al aburrido cine 3X, es una “chévere película de lesbianas” que
alimentará su morbo un par de horas. Para quien reúna las dos condiciones, cosa
no inusual, la película será un desafío entre la pacatería y el morbo. Se
inclinará por el morbo, aunque luego se arrepienta y no lo reconozca. No hay
nadie más pervertido en privado que un moralista público.
Pero La vida de Adèle es otra
cosa. Es una película sobre la libertad. Es una película sobre el respeto y sobre
la tolerancia, que no son lo mismo. Es una película sobre la búsqueda de la
identidad y el camino personal en la vida, sobre la indagación, sin las
ataduras del moralismo, de la fuerzas de la naturaleza que imperan en la
biología de los seres humanos y no pueden estrangularse por las imposiciones a
menudo crueles y perversas de la moral al uso. Es una película sobre el placer,
ese anatema del que se huye por hipocresía pero cuya renuncia es antinatural porque
se remplaza por aberraciones más “aceptadas”, pero ética y humanamente
cuestionables.
Adèle (Adèle Exarchopulos), de
belleza inolvidable por imperfecta, es una chica adolescente que anda por los
17 años y estudia para maestra parvularia. Ama los niños, paradoja que no podrá
resolver pero enfrenta y supera con su vocación. No sabe aún que la decisión de
su vida la alejará de la maternidad, pero lo asumirá como asumirá su camino.
Porque elige con libertad. Como cualquier adolescente, le gustan los chicos
pero no rehúye, por algo que aún no entiende, su afecto por las demostraciones
amorosas de una compañera que anda en la misma búsqueda. Pero que hará
ostensible que es otro su camino cuando Adèle quiere profundizar lo que han
iniciado. Es su primera frustración pero es, también, la primera pista de su
destino, el primer paso en la dirección que la naturaleza ha señalado para
ella.
Es entonces el azar, que se
presenta en dos momentos definitivos de su vida, en el último si que ella lo
perciba, el que enfrenta su mirada con la “otra”, la chica de pelo azul, Emma
(Léa Seydoux), mayor que ella y que ya tomó la decisión acerca de sus
emociones, sus deseos y su cuerpo. Con el uso de su libertad. Pero la búsqueda
es lenta y no sin tentaciones. Su momento de sexo con un compañero de estudios,
es placentero pero no definitivo. Algo falta en su expresión, algo no acaba de
superar el sueño erótico que ha tenido con la chica de pelo azul, a la que
apenas entrevió al cruzarse y regresar a verse en ese flechazo al que alude uno
de sus maestros al analizar la pertinencia del amor a primera vista. El filme
también explora la pasión inexorable de los celos, la tristeza del acabóse, del
no va más, del hasta aquí llegamos y dejemos así para no ofendernos y conservar
lo mejor de nosotras –Emma y Adèle– sin la amargura del rencor.
Coletilla: Para verla sin
prejuicios y con la mente abierta. ¿Lo mejor? Un casting acertado con todos los
personajes, incluso los secundarios, una Dirección impecable, un guión sin
fisuras, la actuación memorable de Adèle, y el lento y bello regodeo de la
cámara por los espacios del placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario