lunes, 12 de mayo de 2014

Una película hermosa

Una película hermosa
El filme La vida de Adèle, del cineasta tunecino Abdellatif Kechiche (La culpa la tiene Voltaire, 2000; La escurridiza, 2003, Cuscús o La graine et le mulet, 2007), tiene varias lecturas para el cinéfilo y para el espectador corriente. Para el moralista que ve las “otras” opciones sexuales como aberraciones o “enfermedades” que se deben curar con terapias de choque, la película es simplemente una “sucia película de tortilleras”. Para el morboso aficionado al aburrido cine 3X, es una “chévere película de lesbianas” que alimentará su morbo un par de horas. Para quien reúna las dos condiciones, cosa no inusual, la película será un desafío entre la pacatería y el morbo. Se inclinará por el morbo, aunque luego se arrepienta y no lo reconozca. No hay nadie más pervertido en privado que un moralista público.

Pero La vida de Adèle es otra cosa. Es una película sobre la libertad. Es una película sobre el respeto y sobre la tolerancia, que no son lo mismo. Es una película sobre la búsqueda de la identidad y el camino personal en la vida, sobre la indagación, sin las ataduras del moralismo, de la fuerzas de la naturaleza que imperan en la biología de los seres humanos y no pueden estrangularse por las imposiciones a menudo crueles y perversas de la moral al uso. Es una película sobre el placer, ese anatema del que se huye por hipocresía pero cuya renuncia es antinatural porque se remplaza por aberraciones más “aceptadas”, pero ética y humanamente cuestionables.  

Adèle (Adèle Exarchopulos), de belleza inolvidable por imperfecta, es una chica adolescente que anda por los 17 años y estudia para maestra parvularia. Ama los niños, paradoja que no podrá resolver pero enfrenta y supera con su vocación. No sabe aún que la decisión de su vida la alejará de la maternidad, pero lo asumirá como asumirá su camino. Porque elige con libertad. Como cualquier adolescente, le gustan los chicos pero no rehúye, por algo que aún no entiende, su afecto por las demostraciones amorosas de una compañera que anda en la misma búsqueda. Pero que hará ostensible que es otro su camino cuando Adèle quiere profundizar lo que han iniciado. Es su primera frustración pero es, también, la primera pista de su destino, el primer paso en la dirección que la naturaleza ha señalado para ella.

Es entonces el azar, que se presenta en dos momentos definitivos de su vida, en el último si que ella lo perciba, el que enfrenta su mirada con la “otra”, la chica de pelo azul, Emma (Léa Seydoux), mayor que ella y que ya tomó la decisión acerca de sus emociones, sus deseos y su cuerpo. Con el uso de su libertad. Pero la búsqueda es lenta y no sin tentaciones. Su momento de sexo con un compañero de estudios, es placentero pero no definitivo. Algo falta en su expresión, algo no acaba de superar el sueño erótico que ha tenido con la chica de pelo azul, a la que apenas entrevió al cruzarse y regresar a verse en ese flechazo al que alude uno de sus maestros al analizar la pertinencia del amor a primera vista. El filme también explora la pasión inexorable de los celos, la tristeza del acabóse, del no va más, del hasta aquí llegamos y dejemos así para no ofendernos y conservar lo mejor de nosotras –Emma y Adèle– sin la amargura del rencor.


Coletilla: Para verla sin prejuicios y con la mente abierta. ¿Lo mejor? Un casting acertado con todos los personajes, incluso los secundarios, una Dirección impecable, un guión sin fisuras, la actuación memorable de Adèle, y el lento y bello regodeo de la cámara por los espacios del placer.

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