Gabo, el Cuñado y la dama
Escribí este texto el jueves de Semana
Santa, 17 de abril.
Ha muerto hoy, el mismo día en que se fue Cheo Feliciano a bordo de su
auto, Gabriel García Márquez a bordo de la vida. Y ninguno de ellos en la Nave
del Olvido sino en el tren de los recuerdos. Quiero pensar que los dos viajarán
juntos hacia las estrellas, para integrarse de nuevo al insondable Cosmos. Para
volver a los orígenes. Al polvo primigenio. Y que se irán lado a lado, uno
hilvanando anécdotas pasadas por el tamiz de su abuela, otro poniendo notas a
las palabras, los dos entonando la canción definitiva. La última tonada, el
último son con acordes de salsa, cumbia y vallenato…
Por colombiano, por metido en letras y textos
y páginas, una revista cultural, la única en el país que merezca tal nombre en
un diario, me pidió un texto sobre GGM. Lo envié, no sé si lo publicaron, pero
decidí incluirlo también en la Edición 41 de EL BÚHO, que hoy presentamos aquí
en este homenaje al gran escritor. El texto, este que leo, era un reto a la
vanidad pero también a la prudencia. Un texto sobre GGM es un riesgo grande. De
modo que me miré por dentro y traté de ver qué podía escribir. Analizar una
obra tan inmensa y tan llena de variantes, tan fácil de leer pero tan ardua de
desentrañar, tan comprometida con su medio, con su patria, con la humanidad, con
el autor mismo, estaba más allá de mi atrevimiento.
¿Qué hacer? La leniniana pregunta sólo temía
una respuesta: Lo escribí en homenaje al más grande escritor de la lengua que
haya producido Colombia. Uno de los vértices que un día, en un lejano programa
de radio que tuve y que fue cancelado por “demasiado cultural”, me atreví a
sugerir el triángulo equilátero y excelso del idioma: arriba don Miguel de la
Mancha; abajo a la derecha Jorge Luis Borges, el sabio ciego de las bibliotecas
infinitas; abajo a la izquierda Gabriel García Márquez y sus mariposas
amarillas sobrevolando como un lampo de luz la oscura historia de Colombia. Y
entonces decidí que acudiría a mis recuerdos.
No fui amigo de Gabo, pero ya entenderán
por qué me tomo el atrevimiento de llamarlo así. Sí fui o soy amigo de algunos
de sus amigos. Incluso de su pariente político Eduardo Barcha, hermano de
Mercedes, La Gaba. Compartimos espacios en las páginas Editoriales del Diario
El Pueblo, de Cali, el periódico que en los años setenta del siglo anterior se
atrevió a fundar, como espacio liberal en un medio monopolizado por dos diarios
conservadores, un empresario audaz. Uno que creía, como creía Gabo, que la
palabra impresa algo podía hacer para cambiar una realidad violenta y feroz
como era la realidad colombiana de entonces, de ahora y desde siempre.
Y como las cosas se hacen bien o no se hacen, y el diario, que pretendía
ser político y liberal e independiente, consiguió que fuera dirigido por uno de
los pocos políticos honestos que entonces había, y codirigido por uno de los
más importantes y talentosos periodistas de mi país. Marino Rengifo Salcedo, el
primero; Daniel Samper Pizano, el segundo. Daniel tuvo el acierto de rodearse
de algunos jóvenes talentos que ya emergían en el periodismo colombiano de mi
Provincia, el Valle del Cauca: Fernán Martínez Mahecha, años después asesor de
imagen de Julio Iglesias; Henry Holguín, apasionado reportero de crónica
judicial cuyas investigaciones y artículos le ganaron un atentado a bala del
que sobrevivió porque no era su día, pero que lo envió a un exitoso exilio en
Ecuador, donde murió hace poco.
No conforme aún, Daniel importó de Bogotá dos maestros cuajados en las
lides periodísticas y culturales: Eduardo Barcha y Fernando Garavito, y con
ellos, vinculada al suplemento cultural que ideó y construyó el poeta Garavito,
Extravagario, nombre nerudiano, su esposa de entonces la poeta María Mercedes
Carranza. Con tal equipo se creó a lo grande un experimento periodístico que
alcanzó a durar algunos años, quizá cinco o seis, y le pudo rasguñar a los dos
diarios godos algo de la supremacía editorial que ejercían en detrimento de la
pluralidad informativa. Al segundo año de ese intento, llegué el diario en
calidad de Articulista y Asistente del Director. Marino Rengifo me había
ofrecido el cargo a partir de una carta que le envié… y que le gustó. Estuve
allí un par de años, hasta cuando otros avatares me sacaron de Colombia y me
llevaron a la Venezuela de Carlos Andrés Pérez y, luego, al Ecuador de La
última Junta Militar.
En esos dos años hice amistad con Eduardo Barcha, el gran cuñado. Lo
llamaba así porque ser cuñado de Gabriel García Márquez, debía ser, creo yo,
cosa seria. Eduardo corría el riesgo de que medio mundo le pidiera una cita, un
autógrafo del escritor, en fin, porque para algo se es cuñado de una celebridad.
Gabo ya era, a 8 años de la publicación de su obra más conocida, Cien años de
Soledad, un grande de las letras hispanas.
Así que, en algunas ocasiones, con Eduardo solía charlar de Gabo y su
familia, de las leyendas aracateñas que eran la materia prima del escritor, de
su avasalladora simpatía, de su gran sentido del humor, de su informalidad sin
poses, huérfana de solemnidades, de su atrabiliaria manera de vestir (por sus
camisas multicolores casi siempre chillonas, los choferes de la costa caribe
colombiana, irreverentes como buenos caribeños, lo llamaban “Trapo Loco”), de
su amistad ya conocida y criticada en ciertos medios con Fidel Castro, alarde
de lealtad humana pocas veces vista, en
fin. Y poco a poco se iba perfilando un hombre a quien no conocía en persona,
pero al que me habían acercado las charlas con el Gran Cuñado y la lectura de
sus cuentos, crónicas, reportajes y novelas. Desde el primer cuento, La Tercera
Resignación, y la primera novela, La Hojarasca.
De cuando en cuando, alguna conversación con Daniel Samper, su amigo
personal, incrementaba mis recuerdos del gran escritor, así como un que otro
cruce de palabras con Fernando Garavito o con su esposa la poeta María
Mercedes, también amigos de la familia “Gaba”.
Mi segundo recuerdo indirecto de GGM, es más cercano. En el viejo
Pobre Diablo, ese de la coquetona casa de familia de la Santa María, convertida
en bar acogedor de bohemios, artistas, escritores, intelectuales o simples
charlones, una noche esperaba a un amigo con quien había quedado en conversar
sobre un proyecto, charla en la que participaría una dama para mí desconocida
pero de un nombre tan hermoso que presagiaba una propietaria de salto y brinco.
A eso de las nueve de la noche, más o menos, la puerta del Pobre Diablo se
iluminó con la figura de una bella mujer que preguntaba por mi amigo. Supuse
que era la dama en cuestión y le dije (creo que tartamudeando un poco): “No ha
llegado pero yo soy Omar y también lo espero. Tú eres NN?, pregunté. Sí, soy yo,
contestó con una voz de timbres parecidos a los de su nombre. Y empezamos a
charlar mientras aparecía el tercero en el asunto. No recuerdo si llegó. La
memoria de esa noche se llenó con la dama del cuento.
Tiempo después, en charlas no tan asiduas como hubiera querido, supe
de su amistad con Gabo y su esposa, en razón de su relación con alguien cercano
al escritor. Y poco a poco la imagen que me había quedado de la vieja amistad
con el Gran Cuñado, se fue enriqueciendo con los comentarios, anécdotas y
recuerdos con que ella fue adobando la imagen lejana de GGM, y actualizándola.
Pero aún faltaban algunas confidencias.
Y una tarde, ocupado leyendo alguna cosa importante o intrascendente
que ya no recuerdo, unos golpes en la puerta de mi solitario departamento de La
Floresta, me levantaron del sillón. No esperaba a nadie. Así que cuando abrí y
vi en el marco de la puerta la figura bella y elegante de la dama de este
recuerdo, me sorprendí. Andaba por las cercanías y recordó en dónde yo le había
dicho que vivía, y decidió visitarme.
Pocos minutos después de haberle ofrecido algo, el tema Gabo salió a
colación. Y entonces me empezó a contar algunos de sus recuerdos de su amistad
con el escritor, su esposa y su familia, de sus charlas con ellos en Cartagena
o en Cuba o en México en donde coincidían de vez en cuando, en fin, de su
relación cercana con el Clan Gabo. Y la imagen del escritor leído y releído
pero no conocido en persona, se fue edificando con sus frases de admiración, simpatía
y afecto, y mi idea, hasta entonces algo personal pero sobre todo literaria del
Escritor, se fue agrandando.
No era sólo el gran escritor y el buen amigo sino un hombre consecuente
con sus ideas, amigo de sus amigos, cómplice y confidente de dramas personales
o de inquietudes políticas, en fin. Un hombre cuyo prestigio y talento no lo
ensoberbecían sino que lo agrandaban para sus amigos, para Colombia y para la
historia literaria y política del Continente.
Esa tarde se fue desgranando de a poco, mientras el testimonio
personal de la dama me hacía querer y respetar más al ser humano que fue
Gabriel García Márquez. No recuerdo otra noche más bella ni más memorable en mi
vida. Gracias por ello, a la bella dama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario