domingo, 11 de mayo de 2014

Un pequeño misterio

Un pequeño misterio

         La frase en negritas me sugería un recuerdo, no distante pues lo percibía fresco y reciente. «En agosto nos vemos» se titula un texto publicado en los días posteriores al fallecimiento de Gabriel García Márquez, por el diario La Vanguardia, de Barcelona, como primer capítulo de una novela que García Márquez había bosquejado y trabajaba desde hace años, con la idea de publicarla “algún día”. Su novela inédita, que ahora sería póstuma.

Sin embargo, los últimos años del gran escritor transcurrieron en la penumbra de la desmemoria, víctima ya del mal de Alzheimer que lo fue recluyendo, paulatina pero al parecer no dolorosamente –al menos en el aspecto físico–, en los vacíos del olvido. Remanente, quizás, de la peste del olvido que el autor imaginó para los habitantes de su mítico Macondo en las páginas de Cien años de Soledad, como consecuencia directa y terrible de la Peste del Insomnio que trajo a Macondo desde Manaure Rebeca Buendía, junto con un costal lleno con los huesos de sus padres.

         Creo pertinente la digresión que viene enseguida, en vista de lo que importa: El famoso Primer Capítulo de la novela inédita de Gabriel García Márquez, hallazgo actual de los medios de comunicación españoles y latinoamericanos.

No es lo mío hasta el momento la desmemoria, a pesar de los casi 72 almanaques. Mi cerebro se conserva incólume, no obstante algunos momentáneos olvidos de autores leídos hace mucho y de los cuales me salta a la mente alguna frase, un adverbio socorrido, un concepto que me conmovió en un instante impreciso, pero cuyos nombres se resisten al recuerdo. Pero aparecen de repente cuando dejo de insistir en memorarlos. Se conserva tan intacta mi memoria que ciertos momentos: una imprevista y fulgurante aparición en la noche; un viejo tronco de árbol arrojado a la playa por las olas, escondite perfecto para las gimnasias del amor; una pierna descaradamente asomada por la ventana del auto en una noche de excesos; el susto compartido de una playa lejana porque el viento y las premuras del amor alejaron demasiado la orilla; un paisaje serrano recorrido despacio a causa de una pierna rota que se resiste a caminar firme, en fin, esos momentos hermosos que se quedan en la memoria, y por cierto, la figura, el nombre, el color de los ojos de las mujeres que he amado y que fueron sus dueñas o protagonistas, siguen ahí, con sus precisos perfiles, sin que se haya perdido un gesto ni una sílaba.

         Pero no atinaba a recordar dónde ni cuándo ni por qué ese título aparecía en mi memoria, como un Dejà vu. Y, de pronto, sí. Ahí estaba. Entonces que acudí a la memoria infalible de mi computador Mac, escribí «En agosto nos vemos» entre comillas como manda la tecnología, y la pantalla me anunció sin duda alguna la carpeta donde el texto reposaba: Revista EL BUHO, edición 24 de abril de 2007. La Edición conmemorativa del cuadragésimo aniversario de la publicación de Cien años de Soledad, en la Editorial Sudamericana de Buenos Aires.

El ejemplar en papel, uno entre las 4 colecciones completas que conservo de la revista, contiene, entre varios artículos, algunos dedicados a la efeméride Gabiana: un ensayo de María Paulina Briones titulado “Huyendo de la cola de cerdo o el incesto en Cien años de soledad”; “Cien años de soledad: mil y una interpretaciones”, de Ivonne Zúñiga; una reseña de Pedro Artieda sobre la película de Mike Nowell, El amor en los tiempos del cólera, basada en la novela homónima de García Márquez y con la actuación de Javier Bardem; un perfil del fallecido presidente venezolano Hugo Chávez, “El enigma de los dos Chávez”, a partir de un viaje en avión en el que coincidieron escritor y mandatario, un par de semanas antes de la posesión de Chávez como Presidente Electo; y, ahí estaba, un cuento de García Márquez que había encontrado hurgando morosamente en los vericuetos Cyber de la Internet: “En agosto nos vemos”.

¿Cómo llegó hace siete años a EL BÚHO un cuento que ahora aparece como el Primer Capítulo de una novela inédita que nunca terminó el autor colombiano? Ya lo dije, hurgando en Internet. Pero si GGM conservaba ese texto para una posible novela en los años siguientes, y le confiesa a su biógrafo Gerald Martin su intención de terminarla “algún día”, según dice Martin en uno de los despachos de prensa de estos días: “Es una sorpresa para mí. La última vez que hablé con Gabo sobre esa historia era algo suelto que iba a incluir en un libro con tres historias pero independientes”. ¿Cómo EL BÚHO había encontrado ese texto en 2007 escudriñando sin objetivo preciso en los laberintos de la Red? Misterio…

Pero había un antecedente: García Márquez había leído ese cuento o capítulo en un congreso o encuentro de escritores, en 1999… y lo había guardado para los fines que se había propuesto. Fue entonces cuando yo lo encontré, quizá en las Memorias de ese Congreso, o posiblemente en las páginas de alguna revista con redactores avispados… y lo guardé. Para un por si acaso que ocurrió, como ya les dije, en abril de 2007 para el Nro, 24 de El Búho, en recordación de los 40 años de Cien años de Soledad.

Pero más misterioso aún es el origen del texto word. Como sabemos todos, el programa Word de procesamiento de palabra, fue desarrollado por Richard Brodie para IBM en 1983, y saltó a Mac, que ha sido desde siempre mi sistema computacional, apenas en 2001. Cualquiera que maneje un computador sabe que los archivos contienen una herramienta que señala con precisión la fecha en la que fueron creados, las fechas de las futuras ediciones y modificaciones que sufren, por leves que sean, número de bytes que “pesa” el documento, en fin. Tal herramienta está disponible en el Escritorio de la máquina, en la pestaña superior, bajo el epígrafe Archivo y en el sitio Obtener Información.

Esa herramienta es propia del Programa word y, supongo yo, nadie puede modificar su arquitectura salvo el creador o el ingeniero jefe de Windows o de Apple. Y menos que nadie, alguien tan torpe como el suscrito en los intríngulis de la informática. Sin embargo de ello, al averiguar el origen primigenio de ese cuento, llegado a mi computador desde las redes cyberespaciales en 2007 para la edición 24 de EL BÚHO, el computador iMac me informa que la fecha de creación fue, el 31 de diciembre de… 1969. Cuando no existían la Internet, no existía word, y ni siquiera existía Apple… Y cuando yo ni siquiera pensaba emigrar de mi salsera Cali, radicarme en Quito y empezar a amar a este país de la única manera posible, como dije hace 6 años en la presentación de mi libro Crónicas y Relatos en el Pobre Diablo: caminando sus caminos, comiendo sus comidas y amando a sus mujeres…

Pero creo tener una explicación: La fecha de “creación” de ese archivo word antes de que existiera Word, fue, como dije antes, 31 de diciembre de 1999 a las 19 horas. El último día del año en que supuestamente terminarían el Siglo XX, el Segundo Milenio, y aparecería en todos los sistemas informáticos del planeta el tenebroso virus Y2K que convertiría en un maremagnum de unos y ceros, el lenguaje binario de la informática, toda la información almacenada en las dichosas computadoras, desde el Pentágono y la Casa Blanca hasta el Kremlin, el Vaticano, y mi inocente e irrelevante computador Mac…

Como sabemos, no ocurrió ninguna desgracia en las redes, salvo unos pocos errores sin importancia a lo largo y ancho del ancho y largo mundo. Entre los cuales errores, tal vez, el Y2K decidió cambiar el año 1999 en que Gabriel García Márquez leyó el hermoso cuento y yo lo bajé a mis archivos, por el anacrónico año de 1969… 

Quiero pensar que con ese numero de año, 1969, el Y2K quiso hacerle un homenaje a mi eterna predisposición a enamorarme de toda mujer bella que se me aparece… Y como lo son todas las que conozco… pues creo que bien merecía el sugestivo homenaje numérico 19… 69…


Muchas gracias a todos. Y a todas…

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