Un pequeño misterio
La frase en negritas me sugería un
recuerdo, no distante pues lo percibía fresco y reciente. «En agosto nos vemos»
se titula un texto publicado en los días posteriores al fallecimiento de
Gabriel García Márquez, por el diario La Vanguardia, de Barcelona, como primer
capítulo de una novela que García Márquez había bosquejado y trabajaba desde
hace años, con la idea de publicarla “algún día”. Su novela inédita, que ahora sería
póstuma.
Sin embargo, los últimos años del gran escritor transcurrieron en la
penumbra de la desmemoria, víctima ya del mal de Alzheimer que lo fue
recluyendo, paulatina pero al parecer no dolorosamente –al menos en el aspecto físico–,
en los vacíos del olvido. Remanente, quizás, de la peste del olvido que el
autor imaginó para los habitantes de su mítico Macondo en las páginas de Cien años de Soledad, como consecuencia
directa y terrible de la Peste del Insomnio que trajo a Macondo desde Manaure
Rebeca Buendía, junto con un costal lleno con los huesos de sus padres.
Creo pertinente la digresión que viene
enseguida, en vista de lo que importa: El famoso Primer Capítulo de la novela
inédita de Gabriel García Márquez, hallazgo actual de los medios de
comunicación españoles y latinoamericanos.
No es lo mío hasta el momento la desmemoria, a pesar de los casi 72
almanaques. Mi cerebro se conserva incólume, no obstante algunos momentáneos
olvidos de autores leídos hace mucho y de los cuales me salta a la mente alguna
frase, un adverbio socorrido, un concepto que me conmovió en un instante impreciso,
pero cuyos nombres se resisten al recuerdo. Pero aparecen de repente cuando
dejo de insistir en memorarlos. Se conserva tan intacta mi memoria que ciertos
momentos: una imprevista y fulgurante aparición en la noche; un viejo tronco de
árbol arrojado a la playa por las olas, escondite perfecto para las gimnasias
del amor; una pierna descaradamente asomada por la ventana del auto en una
noche de excesos; el susto compartido de una playa lejana porque el viento y
las premuras del amor alejaron demasiado la orilla; un paisaje serrano
recorrido despacio a causa de una pierna rota que se resiste a caminar firme,
en fin, esos momentos hermosos que se quedan en la memoria, y por cierto, la
figura, el nombre, el color de los ojos de las mujeres que he amado y que
fueron sus dueñas o protagonistas, siguen ahí, con sus precisos perfiles, sin
que se haya perdido un gesto ni una sílaba.
Pero no atinaba a recordar dónde ni
cuándo ni por qué ese título aparecía en mi memoria, como un Dejà vu. Y, de
pronto, sí. Ahí estaba. Entonces que acudí a la memoria infalible de mi
computador Mac, escribí «En agosto nos vemos» entre comillas como manda la
tecnología, y la pantalla me anunció sin duda alguna la carpeta donde el texto
reposaba: Revista EL BUHO, edición 24 de abril de 2007. La Edición
conmemorativa del cuadragésimo aniversario de la publicación de Cien años de Soledad, en la Editorial
Sudamericana de Buenos Aires.
El ejemplar en papel, uno entre las 4 colecciones completas que
conservo de la revista, contiene, entre varios artículos, algunos dedicados a
la efeméride Gabiana: un ensayo de María Paulina Briones titulado “Huyendo de
la cola de cerdo o el incesto en Cien
años de soledad”; “Cien años de
soledad: mil y una interpretaciones”, de Ivonne Zúñiga; una reseña de Pedro
Artieda sobre la película de Mike Nowell, El
amor en los tiempos del cólera, basada en la novela homónima de García
Márquez y con la actuación de Javier Bardem; un perfil del fallecido presidente
venezolano Hugo Chávez, “El enigma de los dos Chávez”, a partir de un viaje en
avión en el que coincidieron escritor y mandatario, un par de semanas antes de
la posesión de Chávez como Presidente Electo; y, ahí estaba, un cuento de
García Márquez que había encontrado hurgando morosamente en los vericuetos Cyber
de la Internet: “En agosto nos vemos”.
¿Cómo llegó hace siete años a EL BÚHO un cuento que ahora aparece como
el Primer Capítulo de una novela inédita que nunca terminó el autor colombiano?
Ya lo dije, hurgando en Internet. Pero si GGM conservaba ese texto para una
posible novela en los años siguientes, y le confiesa a su biógrafo Gerald
Martin su intención de terminarla “algún día”, según dice Martin en uno de los
despachos de prensa de estos días: “Es una sorpresa para mí. La última vez que hablé con Gabo sobre
esa historia era algo suelto que iba a incluir en un libro con tres historias
pero independientes”. ¿Cómo EL BÚHO había encontrado ese texto en 2007 escudriñando
sin objetivo preciso en los
laberintos de la Red? Misterio…
Pero había un antecedente:
García Márquez había leído ese cuento o capítulo en un congreso o encuentro de
escritores, en 1999… y lo había guardado para los fines que se había propuesto.
Fue entonces cuando yo lo encontré, quizá en las Memorias de ese Congreso, o
posiblemente en las páginas de alguna revista con redactores avispados… y lo
guardé. Para un por si acaso que ocurrió, como ya les dije, en abril de 2007
para el Nro, 24 de El Búho, en recordación de los 40 años de Cien años de
Soledad.
Pero más misterioso aún es el
origen del texto word. Como sabemos todos, el programa Word de procesamiento de
palabra, fue desarrollado
por Richard Brodie para IBM en 1983, y saltó a Mac, que ha sido desde siempre
mi sistema computacional, apenas en 2001. Cualquiera que maneje un computador
sabe que los archivos contienen una herramienta que señala con precisión la fecha
en la que fueron creados, las fechas de las futuras ediciones y modificaciones
que sufren, por leves que sean, número de bytes que “pesa” el documento, en fin.
Tal herramienta está disponible en el Escritorio de la máquina, en la pestaña
superior, bajo el epígrafe Archivo y en el sitio Obtener Información.
Esa herramienta es propia del
Programa word y, supongo yo, nadie puede modificar su arquitectura salvo el
creador o el ingeniero jefe de Windows o de Apple. Y menos que nadie, alguien
tan torpe como el suscrito en los intríngulis de la informática. Sin embargo de
ello, al averiguar el origen primigenio de ese cuento, llegado a mi computador
desde las redes cyberespaciales en 2007 para la edición 24 de EL BÚHO, el
computador iMac me informa que la fecha de creación fue, el 31 de diciembre de…
1969. Cuando no existían la Internet, no existía word, y ni siquiera existía Apple…
Y cuando yo ni siquiera pensaba emigrar de mi salsera Cali, radicarme en Quito
y empezar a amar a este país de la única manera posible, como dije hace 6 años
en la presentación de mi libro Crónicas y Relatos en el Pobre Diablo: caminando
sus caminos, comiendo sus comidas y amando a sus mujeres…
Pero creo tener una explicación: La
fecha de “creación” de ese archivo word antes de que existiera Word, fue, como
dije antes, 31 de diciembre de 1999 a las 19 horas. El último día del año en
que supuestamente terminarían el Siglo XX, el Segundo Milenio, y aparecería en
todos los sistemas informáticos del planeta el tenebroso virus Y2K que
convertiría en un maremagnum de unos y ceros, el lenguaje binario de la
informática, toda la información almacenada en las dichosas computadoras, desde
el Pentágono y la Casa Blanca hasta el Kremlin, el Vaticano, y mi inocente e
irrelevante computador Mac…
Como sabemos, no ocurrió ninguna
desgracia en las redes, salvo unos pocos errores sin importancia a lo largo y
ancho del ancho y largo mundo. Entre los cuales errores, tal vez, el Y2K
decidió cambiar el año 1999 en que Gabriel García Márquez leyó el hermoso
cuento y yo lo bajé a mis archivos, por el anacrónico año de 1969…
Quiero pensar que con ese numero de
año, 1969, el Y2K quiso hacerle un homenaje a mi eterna predisposición a
enamorarme de toda mujer bella que se me aparece… Y como lo son todas las que
conozco… pues creo que bien merecía el sugestivo homenaje numérico 19… 69…
Muchas gracias a todos. Y a todas…
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