ENTRELÍNEAS
Agresión en Palestina
Prevalido
de un mito convertido en dogma, “Pueblo Elegido por Dios” (un Dios inventado
por la mitología judía para presentar como indiscutible tal “Elección”), y llevado
con oportunismo a la Política con la connivencia y complicidad de las potencias
occidentales, el Estado sionista de Israel masacra sin piedad a los palestinos
en la estrecha Franja de Gaza, único y reducido espacio que le va quedando a la
nación palestina luego de que en 1948 la ONU creara en su territorio un Estado
judío.
La historia, que no es dable recapitular, nos
dice que mil quinientos años antes de que Abraham llegara a Hebrón, en tierras
que hoy son la Cisjordania Palestina, ya vivían ahí los cananeos y otros
pueblos árabes. Ese es el origen del pueblo palestino, que no se puede negar
con el argumento de Marcos Agüinis (La Nación, de Bs.As.) de que el nombre
Palestina apareció apenas con el Imperio Romano y fue certificado por otro Imperio,
el Inglés, a mediados del siglo pasado. Y que, por tal razón, no existen
Palestina por ser nomenclatura casi moderna, ni existe el pueblo palestino.
Lo dicho por Agüinis y los políticos
sionistas del Israel moderno, en lo que no coinciden otros pensadores,
políticos a intelectuales judíos tanto o más respetables como Noam Chomsky,
Amos Oz y algunos más, equivaldría a pensar que en América no existían los
pueblos nativos: mayas, lacandones, incas, chibchas, caribes, shuaras,
kechuas, aymaras, guaraníes, mapuches, etc., sólo porque les cambiaron los
nombres originarios por el nuevo de “americanos”. Una posición no sólo falaz,
sino bastante estúpida por lo arbitraria y fanática, a pesar del innegable
talento narrativo de Agüinis.
El
mundo entero, la ONU, la Corte Internacional de Justicia de la Haya, todas las
naciones civilizadas, en fin, están en el deber y en la obligación ética y
política de frenar el genocidio sionista contra el pueblo Palestino. Se debe
revisar el asunto desde sus orígenes en 1948, y llegar ya al establecimiento de
un Estado Palestino, con todos sus derechos y con todos sus deberes:
Administrarse a sí mismo con absoluta independencia, y aceptar en iguales
condiciones la existencia de un Estado Judío en un territorio que debe ser
compartido por las dos naciones, por los dos pueblos. Aunque uno, con nombre
cambiado de cananeo a palestino, sea muy anterior al que llegó del “Paraíso”, al
sur de la vieja Mesopotamia, región “remota y oscura” según el filósofo e
historiador G. W. Bush…
A
nadie con dos dedos de frente y un adarme de nobleza, se le ocurriría negar o
alegrarse del holocausto judío, aunque los ultras nazis actuales (¿?) lo hagan.
Pero la historicidad de ese genocidio y su carácter de crimen incalificable, no
justifican que el Estado sionista continúe colgado de ese pretexto, para
asesinar impunemente un pueblo indefenso. Que Hamas trate de contener la
avalancha de bombardeos aéreos con cohetitos artesanales hechos en el garaje o
en el patio y que ni siquiera estallan (casi nunca ocasionan una baja civil,
menos aún algún soldado guarecido tras un bunker), no da derecho a una
respuesta desigual y sangrienta como la que perpetra el Ejército israelí.
Coletilla: El pueblo
judío ha dado a la humanidad hombres y mujeres maravillosos que en mucho han
contribuido al avance la ciencia, la filosofía y el pensamiento. Los gobernantes
sionistas de hoy, mancillan esa herencia, la degradan. El mundo, ayer solidario
con Israel, es hoy su juez implacable. O debería, por respeto a esa herencia.
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