Escucho
a menudo, más a menudo de lo que la pueril y poco meditada crítica merece, que “ya
no hay división entre izquierda y derecha”; que es “una nomenclatura falsa que
no explica nada” porque unos y otros son iguales y lo que buscan es
aprovecharse del poder en su propio beneficio. Y otras tantas inteligentes
sandeces por el estilo.
Sin
embargo, hay algunas pistas para demoler tan frágil edificio crítico. En primer
lugar, el concepto de “izquierda”, que parece tener origen en la ubicación de
los asambleístas durante la Revolución francesa –a la derecha los conservadores
y a la izquierda los reformistas–, no ha dejado de significar lo que entonces
significaba: conservadores y reaccionarios al cambio, frente a reformistas que
persiguen el ideológico, político y real avance de la sociedad. Ni más ni
menos.
Que el
ejercicio práctico de la Política, en algunas ocasiones, haya juntado a los dos
extremos en el campo medio de las ambiciones personales, no implica que la
izquierda haya dejado de serlo o que la derecha haya vislumbrado las bondades
del cambio como factor de crecimiento y progreso, al contrario del estatismo conservador
y la parálisis mental. Es un problema ético más que ideológico o político el
hecho de que unos y otros cedan a la ambición de poder o de dinero. Esa es cosa
propia de las derechas, que para eso están desde tiempos inmemoriales, aun
antes de llamarse tales: enriquecerse, defender y aumentar esas riquezas, y
para ello, controlar el poder social y político. Ese es su objetivo de vida, su
proyecto vivencial. A las izquierdas las mueven otras cosas aunque a veces,
como se dijo, los individuos se dejen llevar no por la ética sino por la
ambición y la codicia. Tales cosas son: la justicia social, el equilibrio económico, el respeto a las diferencias. Esas minucias improductivas…
Por otra
parte, el Poder efectivo ha estado siempre, incluso desde los intentos de
gobernabilidad en la antigua Grecia, en manos de las clases altas dirigentes,
sean filósofos, sabios y pensadores como en Atenas, o aristócratas, nobles,
señores feudales, comerciantes, burgueses y empresarios en los siglos
posteriores. E incluso burócratas que se adueñan del poder y lo convierten en
su hacienda particular, como ocurriera durante setenta años con el Comunismo
estalinista en la fenecida Unión Soviética, sin desconocer los logros que en
ámbitos importantes como educación, ciencia, tecnología, salud y otros
espacios, produjera la Revolución de Octubre.
Hoy, ese
poder lo siguen ejerciendo las derechas desde sus mansiones urbanas, sus
oficinas en las grandes capitales o sus propiedades rurales en donde ellos
siguen siendo amos y sus trabajadores siervos, los nuevos dueños de vidas y
haciendas: los administradores –y en algún caso paradigmático, como es el de la
Reserva Federal en los EEUU, los propietarios– del sistema financiero global,
que manejan las crisis a su antojo y conveniencia y luego, cuando la codicia
provoca el desastre, exigen a los Estados “salvar la Economía”.
Hay
otros también, con más mala imagen pero igualmente perniciosos: los mafiosos de
variopinta clase como narcotraficantes, tratantes de personas, traficantes,
vendedores y fabricantes de armas, cuna eterna de gran parte de la riqueza de
la humanidad; o esa otra mafia que son los grandes laboratorios de farma; o las
empresas multinacionales que ya no tienen límites estatales para su
administración y pueden hacer de las leyes tributarias y laborales lo que les
viene en gana, en fin.
Por
supuesto, una definición clara e inequívoca de lo que significa “izquierda” o
“ser de izquierda”, ha de anidar en el concepto mismo que habita en esa idea.
Es decir, que cualquiera que piense la ha de tener “en la punta de la lengua”.
Tal vez lo que haga falta sea convertir la idea, el concepto filosófico,
ideológico y político, en palabras que se puedan juntar en una frase
comprensible y más o menos certera, que le dé valor lingüístico y semántico a
la idea. No trato ni me propongo ser original pues la frase, como dije, ha de
estar en “la punta de a lengua” de muchas personas desde hace tiempos. Pero sugerí una hace pocos días ante la pregunta de algún habitante del cyberespacio: ¿Y
que es izquierda? Le dije y lo ratifico aquí, en esta reflexión, en frase que
la idea me ha sugerido como a otros muchos, tal vez:
“Izquierda
es ese lugar intelectual, ideológico, político y ético, en el cual el Ser
Humano es más importante que la propiedad, el capital, el dinero y las mercancías”.
Nada
más. Pero también, nada menos. Yo me ubico en ese lugar: Soy de izquierda.
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